jueves, 18 de septiembre de 2014

“Restauración” hidrológica, presas de retención y déficit de sedimentos


A lo largo del siglo XX se desarrollaron en nuestro ámbito geográfico abundantes actuaciones denominadas de “restauración” hidrológica o hidrológico-forestal. El entrecomillado en la palabra restauración se debe a que se llamaban oficialmente así, pero es una denominación claramente inadecuada, ya que son actuaciones muy alejadas de los principios de la restauración ambiental o ecológica y, desde mi punto de vista, radicalmente contrarias a los principios de la restauración fluvial.

En algunos casos estas actuaciones, fundamentalmente presas de retención de sedimentos, han podido tener como objetivo la reducción de la peligrosidad de barrancos, torrentes y ramblas. En otras muchas ocasiones su objetivo fue reducir o ralentizar el aterramiento de embalses situados aguas abajo. Así, en el Pirineo central se construyeron centenares de presas de retención, muchas veces asociadas con repoblaciones de pinos, coincidiendo en el tiempo con un proceso imparable de éxodo rural. Estas presas de retención pirenaicas se colmataron en pocos años. Creo que, en el fondo, el impulso y la demanda de este tipo de actuaciones deriva de nuestro ancestral desprecio o desconocimiento por los procesos geomorfológicos en un país en el que se demoniza la erosión.

La pérdida de suelo y los procesos erosivos intensos son normales en el ámbito mediterráneo y deberían verse como una característica connatural a nuestros ecosistemas y como un valor ambiental, no como un problema. Hay áreas erosivas que producen sedimentos, éstos tienen que recorrer laderas y cárcavas para llegar a los cauces y la red fluvial los debe ir transportando progresivamente hasta el mar. Este es el funcionamiento normal, natural, dirigido por unos procesos geomorfológicos que deberían ser respetados e incluso protegidos por sí mismos. Y este es el funcionamiento que desde una perspectiva de restauración fluvial tenemos que defender, ya que cualquier actuación en contra de este funcionamiento, como por ejemplo las presas de retención, está generando un déficit sedimentario que repercute aguas abajo, primero en los cauces y por último en los litorales.

Afortunadamente el efecto barrera de muchas de estas presas es actualmente muy limitado porque están colmatadas y los sedimentos pueden saltar por encima en procesos de crecida. Pero el déficit está ahí y deberíamos buscar soluciones. Mi propuesta es eliminar las presas de retención de sedimentos para recuperar un funcionamiento más natural para nuestros barrancos y ramblas. Esta eliminación partiría de una extracción previa de buena parte de los sedimentos que las colmatan, el traslado de dichos sedimentos aguas abajo para colocarlos en tramos de cauce con déficit y problemas de incisión, a continuación el derribo de la presa y por último dejar que el curso fluvial se recupere en su búsqueda hidrodinámica y geomorfológica de un nuevo equilibrio. Mi propuesta también es que dejen de destinarse presupuestos y proyectos a la lucha contra la erosión y se inviertan en este necesario derribo de presas de retención, que a medio plazo recuperará nuestros ríos. Esto sí será restauración fluvial.
Además, las series de presas de retención antiguas y colmatadas ubicadas en muchos cursos de montaña constituyen estructuras que están incrementando la peligrosidad de esos cursos y, por tanto, el riesgo aguas abajo. La violencia y el enorme volumen de sedimentos arrastrados por la crecida del barranco de Arás en agosto de 1996, generando la tragedia del camping de Biescas, se debió en buena parte a la rotura de 27 presas colmatadas. Muchas de estas estructuras se construyeron con materiales inadecuados y utilizando a presos políticos en plena represión franquista. Por todo lo expuesto me duele encontrar estas presas en nuestros magníficos torrentes. En mi opinión son graves impactos, elementos dañinos del paisaje fluvial que deberíamos tratar de suprimir.