A lo largo del siglo XX se desarrollaron en nuestro ámbito
geográfico abundantes actuaciones denominadas de “restauración” hidrológica o
hidrológico-forestal. El entrecomillado en la palabra restauración se debe a
que se llamaban oficialmente así, pero es una denominación claramente
inadecuada, ya que son actuaciones muy alejadas de los principios de la
restauración ambiental o ecológica y, desde mi punto de vista, radicalmente
contrarias a los principios de la restauración fluvial.
En algunos casos estas actuaciones, fundamentalmente presas
de retención de sedimentos, han podido tener como objetivo la reducción de la
peligrosidad de barrancos, torrentes y ramblas. En otras muchas ocasiones su
objetivo fue reducir o ralentizar el aterramiento de embalses situados aguas
abajo. Así, en el Pirineo central se construyeron centenares de presas de
retención, muchas veces asociadas con repoblaciones de pinos, coincidiendo en
el tiempo con un proceso imparable de éxodo rural. Estas presas de retención
pirenaicas se colmataron en pocos años. Creo que, en el fondo, el impulso y la
demanda de este tipo de actuaciones deriva de nuestro ancestral desprecio o
desconocimiento por los procesos geomorfológicos en un país en el que se
demoniza la erosión.
La pérdida de suelo y los procesos erosivos intensos son
normales en el ámbito mediterráneo y deberían verse como una característica
connatural a nuestros ecosistemas y como un valor ambiental, no como un problema.
Hay áreas erosivas que producen sedimentos, éstos tienen que recorrer laderas y
cárcavas para llegar a los cauces y la red fluvial los debe ir transportando
progresivamente hasta el mar. Este es el funcionamiento normal, natural,
dirigido por unos procesos geomorfológicos que deberían ser respetados e
incluso protegidos por sí mismos. Y este es el funcionamiento que desde una
perspectiva de restauración fluvial tenemos que defender, ya que cualquier
actuación en contra de este funcionamiento, como por ejemplo las presas de
retención, está generando un déficit sedimentario que repercute aguas abajo,
primero en los cauces y por último en los litorales.
Afortunadamente el efecto barrera de muchas de estas presas
es actualmente muy limitado porque están colmatadas y los sedimentos pueden
saltar por encima en procesos de crecida. Pero el déficit está ahí y deberíamos
buscar soluciones. Mi propuesta es eliminar las presas de retención de
sedimentos para recuperar un funcionamiento más natural para nuestros barrancos
y ramblas. Esta eliminación partiría de una extracción previa de buena parte de
los sedimentos que las colmatan, el traslado de dichos sedimentos aguas abajo para
colocarlos en tramos de cauce con déficit y problemas de incisión, a
continuación el derribo de la presa y por último dejar que el curso fluvial se
recupere en su búsqueda hidrodinámica y geomorfológica de un nuevo equilibrio.
Mi propuesta también es que dejen de destinarse presupuestos y proyectos a la
lucha contra la erosión y se inviertan en este necesario derribo de presas de
retención, que a medio plazo recuperará nuestros ríos. Esto sí será
restauración fluvial.
Además, las series de presas de retención antiguas y
colmatadas ubicadas en muchos cursos de montaña constituyen estructuras que
están incrementando la peligrosidad de esos cursos y, por tanto, el riesgo
aguas abajo. La violencia y el enorme volumen de sedimentos arrastrados por la
crecida del barranco de Arás en agosto de 1996, generando la tragedia del
camping de Biescas, se debió en buena parte a la rotura de 27 presas
colmatadas. Muchas de estas estructuras se construyeron con materiales
inadecuados y utilizando a presos políticos en plena represión franquista. Por
todo lo expuesto me duele encontrar estas presas en nuestros magníficos
torrentes. En mi opinión son graves impactos, elementos dañinos del paisaje
fluvial que deberíamos tratar de suprimir.
Muchas Gracias por difundir estos argumentos.
ResponderEliminarUn Saludo