Resulta tan incomprensible como descorazonador que después de cada desastre natural se siga respondiendo con la “reconstrucción” de lo que había y aplicando “soluciones” tecnológicas de dudosa eficacia. Es poco inteligente y poco prudente, porque prolonga el problema e incrementa la exposición humana y la vulnerabilidad de los territorios en riesgo.
Un ejemplo evidente es la DANA de Valencia, tras la cual sus
responsables políticos han querido tapar la negligente y pésima gestión del
evento con una prometida reconstrucción, que no es sino una huida hacia
adelante que no soluciona nada, que es cara e inútil para las viviendas y
negocios afectados, y muy jugosa para los lobbies de siempre, es decir, para el
sistema tecnocapitalista ultraliberal que nos domina, un muy buen negocio para
unos pocos.
La DANA del 19 de octubre de 2024 demostró, en primer lugar,
la negligente tardanza y despreocupación de los responsables del aviso a una
población localizada en la zona de mayor peligrosidad por inundación de toda
Europa, cuando había pruebas y alertas más que suficientes para haber tomado
medidas drásticas mucho antes de la tragedia. En segundo lugar, ha demostrado
el fracaso y la suma imprudencia de nuestro modelo urbanístico y económico
especulativo, con un crecimiento totalmente excesivo e inadecuado en zonas
inundables perfectamente conocidas. Pero todo lo que la ciencia sabía y sabe
resulta ninguneado, como en tantos otros casos, por la tecnología, aliada con
el negocio. Por eso pasa lo que pasa y, después de que pase, se recurre a las
medidas tecnocráticas de siempre, las que nunca sirvieron. La falsa seguridad
en unas presas y canalizaciones que no sirven para eventos de gran magnitud y
el engaño especulativo que se apoya en esa falsa seguridad terminan llevando al
desastre. Y lo más triste es que se pretende salir del desastre con las mismas
medidas que no sirvieron, o sea, con más presas y embalses y reconstruyendo lo
destruido con las mismas características, para dejarlo expuesto a la siguiente
inundación, que será igual o peor.
La ciencia, los mapas, la prudencia y el sentido común demuestran que hay soluciones basadas en la naturaleza mucho más eficaces: que hay que devolver espacio a los ríos, que hay que quitar todo lo posible de las zonas inundables, que hay que retirar centros educativos y sanitarios de los antiguos cauces hoy difuminados en la trama urbana, que hay que permeabilizar la ciudad, abrir espacios verdes, derribar manzanas enteras, abrir plantas-calle y clausurar sótanos en cada edificio. Hay que transformar, permeabilizar y naturalizar, no reconstruir. Hay que adaptarse a la inundación, imitarla, no luchar contra ella. Hay que mejorar aún más los sistemas de alerta y emergencia, no invertir en tecno-errores como los muros, las presas, los encauzamientos que solo traerán más velocidad del agua y más daños.
Pero claro, esas medidas basadas en la naturaleza son
mejores para la gente afectada directamente y para la salud global de las
personas y del planeta, pero no para el negocio constructivista y especulador.
Qué es eso de mejorar lo público y reducir el riesgo con una buena
planificación de la ciudad y el territorio, ni hablar. Hay que seguir
invirtiendo en hormigón, y después de la siguiente inundación otra vez, y así
se mantiene y aumenta el negocio. Y además la gente contenta, y votando, porque
son “soluciones” cortoplacistas que se ven, porque nadie les dice que hay otras
alternativas, porque es mejor seguir en el engaño y que no caiga el precio de
los pisos.
No quiero terminar sin referirme a otro caso de tecno-error
contra Natura, no tan mediático como la DANA, pero mucho más extendido en todo
el territorio: las obras de emergencia tras crecidas. Se ha cogido la
costumbre, todos los años y en todas las cuencas, de reservar presupuestos
“medioambientales” para actuar en cauces que han tenido alguna crecida, pero no
solo rehaciendo puentes o acequias dañadas, lo cual es coherente, sino
destruyendo totalmente el cauce con maquinaria. Son acciones sin proyecto, sin
evaluación de impactos, al libre albedrío del operario que lleva la máquina,
que de forma tan sistemática como injustificada va labrando un lecho recto con
agua en el centro del cauce y va acumulando las gravas hacia los laterales
sobreelevando las orillas. Así destruye la geomorfología, la vegetación, la
configuración del río, en una alteración de graves consecuencias ambientales
que no resuelve nada, que solo sirve para el negocio del lobby correspondiente,
que engaña profundamente a la población local (que cree que tiene utilidad y
aumenta la seguridad) y que normaliza el impacto sobre los ríos y la
desnaturalización de su función geoecológica y de su imagen. En fin, otra
acción tecnocrática errónea y degradante contra la naturaleza, pero que forma
parte de la inercia retrógrada del “siempre se ha hecho así”, de aquellas
“correcciones” de torrentes, de esa viejuna necesidad de domesticar algo tan
dinámico como un río. Da escalofríos y vergüenza ajena pensar que en las
escuelas de ingeniería y en los módulos formativos profesionales en 2025 se
sigue explicando al alumnado cómo hacer estas chapuzas y se convenza de que hay
que hacerlas.
Es muy probable que en el futuro haya más DANAS y más
crecidas y, por tanto, cada vez habrá más ríos destruidos y más población en
riesgo. Caminamos hacia nuevos desastres “naturales”, de enorme responsabilidad
humana en su génesis, en su gravedad, en sus consecuencias y en las medidas
posteriores. En un mundo cada vez más ciego ante lo medioambiental (una simple
traba que hay que esquivar) y cada vez más esclavo del crecimiento ultraliberal
(con la tecnocracia a su servicio), no cabe duda de que el futuro es muy
oscuro.
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